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martes, 8 de enero de 2013

Cuando la música se vuelve mágica


Entre bellas melodías, el tiempo parece detenerse sobre la vorágine de la peatonal durante un miércoles al mediodía. Casi al pasar, un acorde interrumpe la rutina de los empleados bancarios, abogados, contadores, administrativos, estudiantes y todo aquel que se tope con esa indescriptible magia que emana Martín al conectarse con su guitarra, Sofía con su arpa y Pablo con su trompeta. En la esquina de Córdoba y San Martín el arte tiene sus mejores embajadores, y los caminantes lo comprueban a diario.
Ese adolescente que, fatigado y totalmente somnoliento al salir del colegio, cruza la calle y cambia radicalmente su cara cuando escucha las alegres notas musicales que recrean la inolvidable “Fame” de Irene Cara. Su dibujada sonrisa no es inocente: el joven sabe que con esa misma canción se animó a sacar a bailar, por primera vez, a la dueña de su corazón, y bastó para conquistarla. O ese abuelo picarón que, al pasar de la mano con su compañera de vida y oír “Jailhouse Rock” de Elvis Presley, rememora su época más gloriosa, donde en plena soltería salía a romper la pista con sus viejos amigos.
Tampoco falta circulando por esa zona, el clásico soltero empedernido que al percibir el tema “Señora, si usted supiera” de su ídolo Cacho Castaña, recuerda con picardía todas sus aventuras amorosas y los maridos que todavía lo están buscando para increparlo. Porque así como cada acontecimiento marca para siempre la vida de una persona, cada canción representa un momento especial para cada uno.
Y Martín, Sofía y Pablo no están ajenos a esa situación. Los tres conocen el maravilloso poder de la música para refrescar inmediatamente cada memoria con sus mejores recuerdos. Todo artista advierte la poderosa atracción que posee el arte para conmover y promover las emociones humanas más escondidas. Por eso, en ese mismo lugar emblemático de la ciudad, los músicos no desaprovechan ningún segundo y explotan sus instrumentos hasta la máxima expresión.
En ese rincón mágico cada transeúnte se torna débil frente al poder hipnotizador de la música. Como hojas al viento, los peatones son dominados por el hechizo de los artistas callejeros. Por un instante, la cordura parece rendirse frente a la locura más surrealista. La razón se desvanece ante ese fascinante placer que sólo los locos conocen, aquellos que eligen soñar despiertos y convertir permanentemente lo cotidiano en mágico.
Y en ese cruce de realidades, de recepción mutua entre historias tan disímiles, el sonido es un cadencioso crisol. En esa concreta esquina céntrica, las melodías actúan como puente musical para dar origen a lo extraordinario de cada día. Para, por una fracción de segundos, incentivar el vuelo de cada peatón a su destino predilecto, donde pueda vivir muchos mundos posibles en vez de uno monocorde y aburrido.

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