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lunes, 20 de agosto de 2012

El Ángel de(lata)

“Dame una oportunidad,
un cacho de pan y de cultura,
un minuto para mí,
y vas a ver cómo entonces
voy a fabricar un mundo
y te lo voy a regalar.”

- El Chino Carrizo -
Revista, Ángel de lata.


Ilustración de Lucas "Chino" Carrizo en la esquina de las calles
Lima y La Paz, de su barrio de zona oeste.
Cree que lo voy a prejuzgar. Por eso, se anticipa y me dice: “Mirá que yo no soy ningún negrito de mierda, ¿eh?”. Sus palabras me sorprenden. Pero rápidamente sonrío y lo escucho con la mirada sostenida. Aquel simple gesto parece cambiar de cuajo su actitud.
Ahora, distendido y predispuesto, se burla hasta del equipo de sus amores: “Está escrito. Por ser hincha de mi queridísimo Rosario Central, sé que voy a sufrir siempre. Son una de cal y veinte de arena, como así es la vida. Pero, ¿sabés una cosa? yo al Canalla no lo cambio por nada ni nadie”. La misma la camiseta auriazul que gozoso viste deja entrever en la parte externa de su brazo izquierdo la frase tatuada “Vivir sólo cuesta vida”, en alusión a la emblemática canción Ropa sucia de su banda preferida: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.

Lucas “Chino” Carrizo tiene 19 años, y se desarrolla desde 2009 como escritor y dibujante de la revista comunitaria de Rosario Ángel de lata. La luz del sol, que justo descansa en su rostro, le ilumina aún más sus achinados ojos verdes. Sin embargo, nada parece molestarlo en este preciso momento. Me mira fijo, casi sin pestañar, y me ofrece un refrescante vaso de agua –que según comenta- “no se le niega a nadie”. Y ahí soy yo la que se relaja por completo. 
Lo que queremos nosotros es que nos lean y se enteren realmente de lo que pasa en nuestros barrios”, expresa luego de un largo silencio y con la mirada tendida hacia el cielo. Por momentos, Lucas se muestra pensante y reflexivo. Como si procurase encontrar las palabras justas para decir. Como si cuidase atentamente cada mensaje emitido. Así son las declaraciones del joven escritor y dibujante: escuetas pero claras, precisas.                                                                   
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Conocí a Lucas el mediodía del martes 10 de julio de 2012. La ciudad estaba intratable: la humedad era la gran protagonista de la jornada. Pasadas las dos de la tarde, su peso caía duro y directo como golpe de ladrillo en la cabeza. Afuera, la vorágine de un clásico día laboral en el centro rosarino. Adentro, en el concurrido patio de la facultad de Humanidades y Artes, Carrizo con la última edición de la revista en la mano, me esperaba inquieto y un poco agitado.
El clima estaba tan insoportable que hasta los pájaros sentían la pesadez de la temperatura: se resignaban a emprender vuelo por el simple hecho de robarnos un minuto más de sombra, aquella que nos regalaba el inmenso árbol borracho a nuestras espaldas y el leve pero aliviador viento que circulaba en donde estábamos sentados. Ni el testimonio de voz grave de Lucas parecía atormentarlas, las aves con envidiable tranquilidad y plenitud nos acompañaban, como poético paisaje en su disfrute de la guarida.
Portada de uno de los ejemplares de la revista.
La conversación se extendió durante dos horas y media. Entre risas, distensiones y algunas que otras cavilaciones, el tiempo pasó como un rayo. Sirvió para conocernos, desechar prejuicios y entrar en confianza. Lucas es de esas personas a las que les cuesta soltarse, pero que una vez que comienzan a hablar no los para nadie.
Observó su reloj y enseguida advirtió su demora. “Perdoname, pero si no me voy ahora, no me compra más nadie la revista. Nos vemos el próximo martes apenas salgo del Taller de Escritura y Dibujo que, momentáneamente, el Ángel de lata está realizando acá, ¿sí? Te espero en este mismo lugar de la facultad”, manifestó mientras me dejaba su último ejemplar como material de estudio.            
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Una semana después llega nuestra segunda cita, tal como habíamos quedado. Ese día, sí saco el grabador para registrar sus declaraciones. Pero al comenzar la charla, Lucas está incómodo, nervioso. Se rasca la cabeza a cada instante. Tiene las manos transpiradas y sus mejillas ruborizadas cual payaso de circo. Sentado frente a mí, reposa inmóvil y en silencio. Espero décimas de segundos para interpelarlo, pero ahora en la competencia de posesión de palabra, su voz se erige como reina y triunfadora. 
No hay preguntas de por medio, ansioso se descarga del mismo modo que un adolescente escupe un chicle inmediatamente cuando está a punto de tragárselo: “Podríamos hacer la nota sin eso- señala el grabador-. Sinceramente, desde que lo prendiste no puedo dejar de mirarlo. Me desconcentra un poco, no puedo cerrar ninguna idea. Me molesta su luz roja prendida, es como sentirme controlado por alguien, algún milico o buchón”.  
Lo entiendo inmediatamente y accedo a su pedido. Porque como bien canta uno de sus grandes referentes, León Gieco: “Todo está guardado en la memoria”. Y su historia no es la excepción. Aparte, en esa circunstancia, mi única intención era desinhibirlo y romper el hielo.
Acto seguido, se disculpa: “Gracias, espero puedas entenderme, no tengo ningún problema con vos. Que sé yo, son mambos míos que los iré superado con el tiempo. Pasa que, cuando dormía en la calle, viví muchos años escapándome de esa maldita luz azul de la policía, y de todos esos vigilantes que te discriminan sólo por portación de cara”.
Ilustraciones de los chicos de la revista "Ángel de lata" 
en homenaje a la simbólica frase de Pocho Lepratti, 
militante social asesinado por la policía en 2001.
En el preciso instante en que levanto la mano para apagarlo, respira aliviado, como si hubiese perdido tres kilos. Luego agrega, ya sin la mirada atenta del grabador que yacía ahora apagado en mi cartera: “Dicen que hay marcas que duran para toda la vida, yo de tantas que tengo ya no me alcanza el cuerpo”. Y me muestra sus manos curtidas como ejemplo de ello.
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Lucas mendigó en la calle durante varios años, después de quedar huérfano con el fallecimiento de sus padres. Pero los tiempos de limosna son sólo recuerdos, resabios del pasado. Ahora, Carrizo vive en la casa de Pablo Benítez, su hermano de la vida, como lo llama él. Se conocieron dentro de la revista y desde aquella oportunidad, no se separaron nunca más. Toda la familia Benítez adoptó al Chino como un integrante más de su clan.
La figura de Lucas se erige cual gladiador de la Antigua Roma. No solamente por su robusta estructura física de 1.84 metros de altura y su fibroso peso de 86 kg. . Desde el fatídico 1998, año en el cual perdió a sus dos padres, batalla con loable dignidad contra las demoledoras adversidades, que hasta ahora le presentó su temprana edad.
Primero fue la pérdida de su mamá a los 37 años, debido a un cáncer de mama fulminante. O como está convencido el Chino, a causa de un cáncer de tristeza: “Mi vieja era una persona maravillosa que nunca pudo ser feliz por hacerse cargo durante toda su vida del puto alcoholismo de mi papá”. Esa silenciosa y progresiva enfermedad, que se llevó a su progenitor Edgardo Carrizo, a fines de diciembre de 1998, y con tan sólo 40 años.
Sin embargo, Lucas cuenta en su ADN con dos invencibles espadas para seguir dando pelea en el ring de la vida: su entereza y feroz perseverancia. Como lo demuestra todos los días cuando sale a vender la revista por los innumerables recovecos de la ciudad, o se sienta debajo de un árbol a cazar las jugosas historias que –según destaca– circulan por el Parque de España, y merecen ser contadas.

Obra de arte de Tomi, incluida en una de las
ediciones del Ángel de lata. 
“El río tiene algo especial, genera en mí una inspiración mágica. Es sencillo: yo me siento a observarlo y al instante tengo que sacar mi indispensable libreta para comenzar a escribir. Así nacen mis mejores crónicas de la sección ‘Historias urbanas’ del Ángel de lata. Con el maravilloso río Paraná como musa inspiradora”, reflexiona mientras los estudiantes se acercan a saludarlo.
Lucas es un visitante de lujo en la universidad de Humanidades. No existe persona que si lo conoce, no lo aprecie. Como se dice coloquialmente es “el clásico chico carismático y popular”. Y por más humilde que se muestre, el Chino sabe muy bien cuáles son sus encantos.
“Conozco esta facultad como la palma de mi mano, es mi recorrido diario. Acá encontré a muchos de mis mejores amigos”, comenta contento y orgulloso del camino recorrido. El mismo establecimiento ofició de Cupido: bajo su techo vio, por primera vez, a quien es hoy -según dijo- “la dueña de su corazón”.
Su nombre: Mariela Espinosa. Tiene 20 años y es su fiel compañera de ruta desde 2010. Una ávida estudiante del segundo año de Letras, que frente a la pregunta sobre qué fue lo primero que la atrajo de Carrizo destacó su "veta histriónica" y su evidente “ángel”.
“Marie es mi editora preferida, siempre antes de publicar cada escrito o dibujo necesito escuchar su voz autorizada. Mi novia es una mujer con todas las letras. Gracias a ella pude terminar el secundario en un EMPA. Y aunque yo sea un poco duro y lento para aprender, siempre se hace un tiempo para enseñarme a redactar sin errores de ortografía”, expresa con inconmensurable satisfacción sobre la persona que eligió como madre de sus hijos. 



“Deberíamos preguntarnos
continuamente
qué hacen todos esos pibes en la calle,
y la respuesta no debería ser obvia,
debería ser cuanto menos, inquietante,
cuanto menos, diaria
cuanto menos, movilizadora.”

- El Tomi -
Revista, Ángel de lata.


Cuando el Ángel comienza a volar


Corre el mes de julio de 2000. Es el momento propicio para lanzar a la calle el primer número de la revista Ángel de lata, gracias al proyecto solidario impulsado por el virtuoso dibujante y escritor rosarino, Tomás D'Espósito Müller -que pide que lo llamen "Tomi"-.

Su salida al mundo gráfico se hace bajo la invocación de Rodolfo Walsh, Pocho Lepratti, Ernesto Che Guevara, Roberto Fontanarrosa y Carlos Mugica, entre otras loables personas. “Porque los pibes los tenemos como referentes cuando escribimos y pensamos”, subrayó el Chino sobre las influencias de la revista, realizada mayoritariamente por un grupo de chicos de distintas villas de Rosario. Por ahora, la venta está a cargo de ellos mismos, mano en mano y “a un precio solidario”. 
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Miércoles 25 de Julio. Tomi está cansado. Cuenta que hace desde las 6 de la mañana que está despierto y que encima, todavía tiene la mitad de las cosas por realizar. De palabra, la nota estaba pactada a las 16 hs. por una hora de extensión, en el reconocido bar de calles Sarmiento y Santa Fe. Y cumplió con lo acordado: sólo pasaron algunos minutos de las cuatro de la tarde.

Parado, espera a que me siente. Llama al mozo y, ahora sí, toma asiento.

- ¿Cómo estás vos?, me pregunta por mera cortesía.

- Bien, contesto. Y, por su acentuado apuro, voy directo al grano de la entrevista: ¿Cómo nació el proyecto “Ángel de lata”?

- Hace varios años que conocía la experiencia de la "La Luciérnaga", una publicación que trabaja con problemáticas de la niñez y adolescencia en los barrios marginales de Córdoba, dándoles la posibilidad a los chicos de comprometerse por un proyecto de vida. Y me pareció más que interesante empezar a construir un emprendimiento similar en la ciudad. Por eso, junto con un grupo de personas, que ya veníamos desarrollando otras actividades de tinte social y solidario, comenzamos a soñar con el “Ángel de lata” que luego de muchísimo esfuerzo pudo concretarse.

-¿Y cuáles eran tus objetivos específicos a la hora de lanzar la revista?, lo interpelo anticipándole que es la última pregunta. Piensa un rato, respira profundo y luego con notable serenidad, contesta:

- A grandes rasgos, para crear un emprendimiento editorial que mejore la calidad de vida de aquellos chicos carenciados de Rosario, que por diversas causas, quedan excluidos del sistema civil. Más allá del valioso aprendizaje educativo que en esencia guarda el “Ángel de lata”, la idea central de su nacimiento fue para devolverles a todos los jóvenes marginados, sus fundamentales derechos que durante décadas les fueron robados. Si ellos a partir de su pertenencia a este proyecto social logran modificar su circunstancia, para mí la revista ya es todo un éxito.

“Espero haber agotado tus inquietudes”, acota Tomás mientras pide la cuenta y se levanta. Ya en la puerta del bar, se disculpa por su marcada urgencia y, como compensación, me induce a volver a consultarlo por cualquier posterior duda. Se lo agradezco y de inmediato, cada uno continúa con su rutina.
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Canillita e integrante del "Ángel de lata" en su distribución diaria.

“El temor se basa en la incomunicación”, reza una de las frases escritas en la contratapa de la de la revista como leitmotiv de su existencia. Los fondos se obtienen mediante la colaboración de los compradores, donaciones, festivales y actividades benéficas como torneos de fútbol. En las páginas del Ángel de lata no hay publicidad paga. Sólo se pueden publicar avisos de algunos negocios de amigos o vecinos y solicitadas sociales.

Precisamente, uno de esos afortunados amigos de la revista es el destacado artista y escritor de Rosario/12, Adrián Abonizio. Su pluma embellece cada página como colaborador en Redacción, quién en su promisorio nacimiento no quiso dejar de bendecirlos: “Les deseo, queridos, grandes éxitos. Que sean ustedes capaces de escuchar. Y ser escuchados. Que digan y escriban palabras querientes. Y sean queridos. No se tomen en serio nada que no los haga reír”.

Y los chicos supieron tomar debida nota de su recomendación. Convirtieron en hechos sus deseos: la ironía y el humor son marca registrada en las ilustraciones de la revista. La mayoría de ellas bajo la creación artística de Tomás y Lucas, que desde el 2009 forma parte del equipo de trabajo del Ángel de lata. Allí, forjó una de sus grandes amistades: Pablo Benítez, y encontró su mejor salida a la exclusión social.

”Todos estamos muy orgullosos del progreso del Chinito, como lo apodamos acá. Cuando llegó a la revista vino un poco obligado por mí. Sólo tenía referencias suyas en el barrio por su talento para dibujar. Por entonces, Lucas estaba totalmente desencantado con la vida. Pero con el correr del tiempo, es increíble cómo se fue comprometiendo con su trabajo, convirtiéndose en un verdadero profesional”, se entusiasmó Pablo, hoy su colega e íntimo amigo.

Y también Lucas, a su modo, dejó entrever el mismo mensaje de Benítez con sus palabras: “Acá los chicos son todos muy buena onda, me tratan muy bien. Y está re bueno esto de sentirse querido, de poder hablar con alguien que te escuche y aconseje cuando uno lo necesita. Por eso, después de conocer a esta gente de primera y poder vivir de lo que más amo en la vida, yo ya no quiero salir a mendigar nunca más”. 
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La anarquía de la muerte. 
Mi tercer y último encuentro con el Chino fue la tarde del domingo 29 de julio. El lugar elegido: las escalinatas del Parque de España, su refugio predilecto. Todavía quedaban algunos destellos del radiante sol del mediodía. La temperatura a las 16.35 era ideal: 17°. Fue la charla más relajada y productiva de todas las que habíamos tenido. De hecho, ya ni la presencia de mi grabador periodístico a su lado le molestaba. El contexto del río como telón de fondo ayudaba a promover los sentimientos más escondidos.   

Mate de por medio, primero, bromea sobre su congénito don: “Mi pasión siempre fue dibujar. Creo que cuando apenas nací en vez de una mamadera, me dieron un lápiz”. Y a continuación, me hace una propuesta, ratificando una vez más su evidente desparpajo y carisma: “Si no tenés que irte ya con tu novio, vas a ser una afortunada en llevarte, hoy mismo, una ilustración de tu cara del mismísimo Chino Carrizo. No lo desaproveches, sé lo que te digo”. Dicho y hecho.

Y cuando la tarde comienza a caer, llega el momento más introspectivo del día. Como si tuviese un fuego ardiendo por dentro, Lucas descarga su artillería más pesada, que ya no cabía en su garganta: “Porque los ‘negritos de mierda’-palabras recurrentes en su discurso- , como todos suelen llamarnos si uno es morocho y se viste con ropa deportiva, también tenemos derecho a escribir y, principalmente, a soñar”.

Atenta, observo su brillosa mirada. Y mientras escucho su voz y asiento son la cabeza, lo percibo realizado. En paz. Porque para tantos chicos como Lucas Carrizo, los talleres de escritura del Ángel de lata, así como el proceso de distribución de la revista, es un momento de libertad. Una valiosa posibilidad de darle voz a aquellos que piden a gritos contar su historia y verdad. 

Ya el sol cayó por completo en el centro de Rosario. Atrás queda la fantástica tarde de domingo. Ahora el clima nos regala una tenue brisa. A las ocho de la noche, se respira tranquilidad y plenitud. La misma que goza Lucas cada mañana, cuando sale orgulloso a vender sus obras de arte.

Levanta la mano, y me grita: “¡chau Naiara, que esto no se corte, che!”. “Por supuesto que no Chinito”, le respondo y camino hacia la parada del colectivo, con la convicción de haber aprendido muchísimo ese día. Pero, esencialmente, con la certeza de haber conocido a un ser humano excepcional.

1 comentario:

  1. Excelente nota, felicitaciones. Estoy buscando datos sobre El ángel de lata, pero el sitio web me aparece como fuera de servicio. Quisiera saber si áun se edita porque tengo una página en Facebook sobre educación (https://www.facebook.com/Estrategias.Educativas.MDP) y me gustaría dar a conocer este maravilloso emprendimiento.. Saludos, Mónica

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