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martes, 28 de enero de 2014

Cambiar la ley o cambiar las cosas

Un chico de 16 años que vive en uno de los barrios más violentos de Rosario muere de un balazo en la cara en la casa donde halló provisorio refugio. En la truncada biografía que se cuenta en la página previa se reitera el latido de lo tantas veces escuchado: un ser con su familia desmembrada, escolaridad mínima, carente de apoyo y dependiente de sí mismo.
Luciano Cáceres murió en el mismo aislamiento en el que había vivido. Difícil imaginar la soledad impar de encontrarse inerme frente al caño del que lo mató, de no tener a nadie en ese momento de frialdad insuperable. Al afrontar el último instante de su vida Luciano sabía de sobra qué cosa era estar solo.
Cuando una persona es arrojada de cabeza de la niñez a la adultez las opciones que toma no brotan de elecciones meditadas sino del tipo de oferta restringida que un terreno degradado pone a su alcance. Muchos tuvimos a los 16 años la perspectiva de la vida universitaria, de afecto, hogar, comida y descanso garantizados. En donde vivió Luciano las cosas no son de esa forma.
Los homicidios del mes que termina mañana en la zona sur de Rosario y en Villa Gobernador Gálvez quedan inscritos en una sangrienta y palpitante trama común. La semana pasada Javier "Búfalo" Gómez y Alexis "Puflito" Cabañas murieron a balazos en Las Delicias en algo más de 24 horas. Al segundo lo mataron saliendo del velorio del primero. En el allanamiento posterior a los hechos la policía encontró una pareja encerrada en un bunker de drogas de Moreno al 5500.
La secuencia de diez homicidios en V. G. Gálvez muestra en un área bien delimitada una ida y vuelta agobiante entre sujetos vinculados a la venta de droga. Cada asesinato anuncia el siguiente. A Fabio López y Tomás Arce los matan el 9 de este mes. A este último se lo señala presente en el ataque a tiros de febrero a Ezequiel Martínez, que murió, y Maxi Medina. Ambos son del entorno de Luis Orlando "El Pollo" Bassi, quien figura en 14 páginas de la intranet del Poder Judicial de Rosario. La ferocidad de algunos casos tiene aristas novedosas de crueldad. El 24 de diciembre en una batalla narco rociaron con nafta e incendiaron un bunker donde dos personas vendían drogas. Ambos se quemaron y uno fue asesinado a balazos al salir.
Es ociosa la mención caso a caso: están en los archivos de la prensa, de la policía y en la base de datos que confecciona la Secretaría de Delitos Complejos de la provincia. Lo elocuente en esta disputa feroz es que la contienda está ceñida a grupos humanos bastante compactos y que se desenvuelven en zonas geográficas muy acotadas.
Allá y acá. Hace tres meses en un artículo de The New York Times firmado por John Tierney se analizaron los factores de la sostenida baja de la criminalidad en Nueva York. La primera conclusión es que la caída del delito coincide con una decisión de política criminal de deprimir drásticamente la población carcelaria y aplicar el excedente económico, antes invertido en prisiones, en investigación criminal de calidad.
Esa política se adoptó a principios de los 80 y los resultados no se vieron rápido. La policía de Nueva York transformó por decisión civil la lógica investigativa de los 70. Esta consistía en identificar una serie de criminales implicados en delitos diversos y recurrentes (drogas, robos, homicidios) y concentrarse en encerrarlos.
Pero el inicio de los trabajos de mapeo criminal determinó que era mucho más razonable analizar el delito por zona que por personas. Y esto se replicó en todo Estados Unidos. En cada ciudad los investigadores descubrieron que la mitad de los delitos complejos se concentraban en porciones que respresentaban el 5 por ciento del área urbana total. La población aumentaba en las cárceles pero el problema se mantenía incólume. ¿Por qué? Porque al moverse el delito por una lógica económica el encierro sólo lograba que los encerrados fueran reemplazados. Y los sustitutos eran cada vez más jóvenes. Si había demanda de drogas y bienes robados el crimen seguía su curso.
Por tanto la inversión en política criminal se concentró en recursos —crecientes y millonarios— para investigación empírica del delito por zona. La policía empezó a prestar menos atención a los delincuentes que a los nudos territoriales donde éstos operaban.
Desde luego: las problemáticas criminales son distintas en Nueva York que en las ciudades de América Latina. Pero las zonas que allí exponían mayor violencia eran comparables en algo a las nuestras: el delito prevalecía entre habitantes de zonas postergadas, con epidemias de adicciones a narcóticos y ausencia de oportunidades económicas.
El análisis criminal determinó los nudos zonales en que actuar, las lógicas selectivas para atacar las cabezas de las redes delictivas que operaban allí, combinadas con estrategias para mejorar la calidad, el relieve y los servicios urbanos de las zonas "cinco por ciento". Se esperaba que el delito se desplazara pero a los delincuentes, según el seguimiento, no les resultó fácil arraigar en ámbitos nuevos. Sin desaparecer, el crimen declinó en violencia y en frecuencia.
Franklin Zimring, criminólogo de la Universidad de Berkeley, estableció que la caída de reclusos en Nueva York cayó a 40 mil en la actualidad. Es aún una cifra impresionante. Pero de haber seguido la tendencia que se empezó a desmontar en los 80 hoy la población carcelaria sería de 100 mil personas. La atención de ese universo de presos exigiría 1.500 millones de dólares adicionales a los que hoy se gastan en prisiones. Aunque con esa lógica, asegura Zimring, el delito jamás habría caído.
Descomunal, la inversión en análisis criminal de calidad fue proporcional al desafío. En el departamento de policía de Nueva York la investigación amalgama a sociólogos, estadísticos, arquitectos, geógrafos y criminólogos que conducen a centenares de empleados calificados que realizan constante trabajo de campo en cada distrito. Esa masa de recursos se les quitó a las cárceles. Porque acumular gente en ellas deja el problema en pie si no se estudia y ataca, con herramientas idóneas y afán de cambio, la lógica que produce el delito. Para eso hace falta tres cosas: acuerdo político amplio en base a metas, trabajo a largo plazo y una montaña de plata. Sólo eso puede hacer que chicos como Luciano Cáceres tengan, a los 16 años, una oportunidad existencial distinta a la que tuvo.
Tal vez la experiencia neoyorquina sea inspiradora para legisladores santafesinos que están convencidos de que con un plumazo legal, y no con inversión y labor formidables, es posible atemperar el delito. Los que se proponen aprobar la ley que impulsa el senador del Frente Progresista Lisandro Enrico, a fin de prolongar los encierros de personas con prisión preventiva, no tardarán en chocar con su propia frustración si esta iniciativa prospera. Porque con un cambio normativo contra el delito no habrán hecho nada. Pueden meter en la cárcel por más tiempo a todos los que quieran. Otros vendrán a reemplazarlos.

 (por Hernán Lascano)

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