“Dame una oportunidad,
un cacho de pan y de cultura,
un minuto para mí,
y vas a ver cómo entonces
voy a fabricar un mundo
y te lo voy a regalar.”
- El Chino Carrizo -
Revista, Ángel de lata.
![]() |
Ilustración de Lucas "Chino" Carrizo en la esquina de las calles Lima y La Paz, de su barrio de zona oeste. |
Ahora, distendido y predispuesto, se burla
hasta del equipo de sus amores: “Está escrito. Por ser hincha de mi queridísimo
Rosario Central, sé que voy a sufrir
siempre. Son una de cal y veinte de arena, como así es la vida. Pero, ¿sabés
una cosa? yo al Canalla no lo cambio por nada ni nadie”. La misma la camiseta auriazul que gozoso viste deja
entrever en la parte externa de su brazo izquierdo la frase tatuada “Vivir sólo cuesta vida”, en alusión
a la emblemática canción Ropa sucia de su banda preferida: Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota.
Lucas “Chino” Carrizo tiene 19 años, y se desarrolla desde 2009 como escritor y dibujante de la revista comunitaria de Rosario Ángel de lata. La luz del sol, que justo descansa en su rostro, le ilumina aún más sus achinados ojos verdes. Sin embargo, nada parece molestarlo en este preciso momento. Me mira fijo, casi sin pestañar, y me ofrece un refrescante vaso de agua –que según comenta- “no se le niega a nadie”. Y ahí soy yo la que se relaja por completo.
“Lo que queremos nosotros es que nos lean y se enteren
realmente de lo que pasa en nuestros barrios”, expresa luego de un largo
silencio y con la mirada tendida hacia el cielo. Por momentos, Lucas se muestra
pensante y reflexivo. Como si procurase encontrar las palabras justas para
decir. Como si cuidase atentamente cada mensaje emitido. Así son las declaraciones del joven escritor y dibujante: escuetas pero claras, precisas.
. . .
Conocí a
Lucas el mediodía del martes 10 de julio de 2012. La ciudad estaba intratable:
la humedad era la gran protagonista de la jornada. Pasadas las dos de la tarde,
su peso caía duro y directo como golpe de ladrillo en la cabeza. Afuera, la
vorágine de un clásico día laboral en el centro rosarino. Adentro, en el
concurrido patio de la facultad de Humanidades y Artes, Carrizo con la última edición de la revista en la mano, me
esperaba inquieto y un poco agitado.
El clima
estaba tan insoportable que hasta los pájaros sentían la pesadez de la
temperatura: se resignaban a emprender vuelo por el simple hecho de robarnos un
minuto más de sombra, aquella que nos regalaba el inmenso árbol borracho a
nuestras espaldas y el leve pero aliviador viento que circulaba en donde estábamos
sentados. Ni el testimonio de voz grave de Lucas parecía
atormentarlas, las aves con envidiable tranquilidad y plenitud nos acompañaban,
como poético paisaje en su disfrute de la guarida.
![]() |
Portada de uno de los ejemplares de la revista. |
Observó su reloj y enseguida advirtió su demora. “Perdoname, pero si no me voy ahora,
no me compra más nadie la revista. Nos vemos el próximo martes apenas salgo del
Taller de Escritura y Dibujo que, momentáneamente, el Ángel de lata está realizando acá, ¿sí? Te espero en este mismo
lugar de la facultad”, manifestó mientras me dejaba su último ejemplar como
material de estudio.
. . .
Una
semana después llega nuestra segunda cita, tal como habíamos quedado. Ese día,
sí saco el grabador para registrar sus declaraciones. Pero al comenzar la
charla, Lucas está incómodo, nervioso. Se rasca la cabeza a cada instante. Tiene las manos
transpiradas y sus mejillas ruborizadas cual payaso de circo. Sentado frente a
mí, reposa inmóvil y en silencio. Espero décimas de segundos para interpelarlo,
pero ahora en la competencia de posesión de palabra, su voz se erige como reina
y triunfadora.
No hay
preguntas de por medio, ansioso se descarga del mismo modo que un adolescente
escupe un chicle inmediatamente cuando está a punto de tragárselo: “Podríamos
hacer la nota sin eso- señala el grabador-. Sinceramente, desde que lo
prendiste no puedo dejar de mirarlo. Me desconcentra un poco, no puedo cerrar ninguna
idea. Me molesta su luz roja prendida, es como sentirme controlado por alguien,
algún milico o buchón”.
Lo
entiendo inmediatamente y accedo a su pedido. Porque como bien canta uno de sus
grandes referentes, León Gieco: “Todo está guardado en la memoria”. Y
su historia no es la excepción. Aparte, en esa circunstancia, mi única
intención era desinhibirlo y romper el hielo.
Acto
seguido, se disculpa: “Gracias, espero puedas entenderme, no tengo ningún
problema con vos. Que sé yo, son mambos míos que los iré superado con el
tiempo. Pasa que, cuando dormía en la calle, viví muchos años escapándome de
esa maldita luz azul de la policía, y de todos esos vigilantes que te
discriminan sólo por portación de cara”.
![]() |
Ilustraciones de los chicos de la revista "Ángel de lata" en homenaje a la simbólica frase de Pocho Lepratti, militante social asesinado por la policía en 2001. |
. . .
Lucas mendigó en la calle durante varios años, después de quedar
huérfano con el fallecimiento de sus padres. Pero los tiempos de limosna son sólo recuerdos, resabios del pasado. Ahora, Carrizo vive
en la casa de Pablo Benítez, su hermano de la vida, como lo llama él. Se
conocieron dentro de la revista y desde aquella oportunidad, no se separaron nunca
más. Toda la familia Benítez adoptó al Chino como un integrante más de su clan.
La figura
de Lucas se erige cual gladiador de la Antigua Roma. No
solamente por su robusta estructura física de 1.84 metros de altura y
su fibroso peso de 86 kg .
. Desde el fatídico 1998, año en el cual perdió a sus dos padres, batalla con
loable dignidad contra las demoledoras adversidades, que hasta ahora le presentó su
temprana edad.
Primero
fue la pérdida de su mamá a los 37 años, debido a un cáncer de mama fulminante.
O como está convencido el Chino, a causa de un cáncer de tristeza: “Mi vieja
era una persona maravillosa que nunca pudo ser feliz por hacerse cargo durante
toda su vida del puto alcoholismo de mi papá”. Esa silenciosa y progresiva
enfermedad, que se llevó a su progenitor Edgardo Carrizo, a fines de diciembre
de 1998, y con tan sólo 40 años.
Sin
embargo, Lucas cuenta en su ADN con dos invencibles espadas para seguir dando
pelea en el ring de la vida: su entereza y feroz perseverancia. Como lo
demuestra todos los días cuando sale a vender la revista por los innumerables
recovecos de la ciudad, o se sienta debajo de un árbol a cazar las jugosas
historias que –según destaca– circulan por el Parque de España, y merecen ser
contadas.
![]() |
Obra de arte de Tomi, incluida en una de las ediciones del Ángel de lata. |
Lucas es
un visitante de lujo en la universidad de Humanidades. No existe persona que si
lo conoce, no lo aprecie. Como se dice coloquialmente es “el clásico chico
carismático y popular”. Y por más humilde que se muestre, el Chino sabe muy
bien cuáles son sus encantos.
“Conozco
esta facultad como la palma de mi mano, es mi recorrido diario. Acá encontré a
muchos de mis mejores amigos”, comenta contento y orgulloso del camino
recorrido. El mismo establecimiento ofició de Cupido: bajo su techo vio, por primera vez, a quien es hoy -según
dijo- “la dueña de su corazón”.
Su
nombre: Mariela Espinosa. Tiene 20 años y es su fiel compañera de ruta desde
2010. Una ávida estudiante del segundo año de Letras, que frente a la pregunta
sobre qué fue lo primero que la atrajo de Carrizo destacó su "veta histriónica" y su evidente “ángel”.
“Marie es
mi editora preferida, siempre antes de publicar cada escrito o dibujo necesito
escuchar su voz autorizada. Mi novia es una mujer con todas las letras. Gracias
a ella pude terminar el secundario en un EMPA. Y aunque yo sea un poco duro y
lento para aprender, siempre se hace un tiempo para enseñarme a redactar sin
errores de ortografía”, expresa con inconmensurable satisfacción sobre la persona
que eligió como madre de sus hijos.
“Deberíamos preguntarnos
continuamente
qué hacen todos esos pibes en la calle,
y la respuesta no debería ser obvia,
debería ser cuanto menos, inquietante,
cuanto menos, diaria
cuanto menos, movilizadora.”
- El Tomi -
Revista, Ángel de lata.
Cuando
el Ángel comienza a volar
Corre el mes de julio de 2000. Es el momento propicio
para lanzar a la calle el primer número de la revista Ángel de lata, gracias al proyecto solidario impulsado por el virtuoso
dibujante y escritor rosarino, Tomás D'Espósito Müller -que
pide que lo llamen "Tomi"-.
Su salida al mundo gráfico se hace bajo
la invocación de Rodolfo Walsh, Pocho Lepratti, Ernesto Che Guevara, Roberto Fontanarrosa y Carlos Mugica,
entre otras loables personas. “Porque los pibes los tenemos como referentes
cuando escribimos y pensamos”, subrayó el Chino sobre las influencias de la
revista, realizada mayoritariamente por un grupo de chicos de distintas villas
de Rosario. Por ahora, la venta está a cargo de ellos mismos, mano en mano y “a un precio solidario”.
. . .
Miércoles 25 de Julio. Tomi está cansado. Cuenta que hace
desde las 6 de la mañana que está despierto y que encima, todavía tiene la
mitad de las cosas por realizar. De palabra, la nota estaba pactada a las 16
hs. por una hora de extensión, en el reconocido bar de calles Sarmiento y Santa Fe. Y
cumplió con lo acordado: sólo pasaron algunos minutos de las cuatro de la
tarde.
Parado, espera a que me siente. Llama al mozo y, ahora
sí, toma asiento.
- ¿Cómo estás vos?, me pregunta por mera cortesía.
- Bien, contesto. Y, por su acentuado apuro, voy
directo al grano de la entrevista: ¿Cómo nació el proyecto “Ángel de lata”?
- Hace varios años que conocía la experiencia de la "La Luciérnaga ",
una publicación que trabaja con problemáticas de la niñez y adolescencia en los
barrios marginales de Córdoba, dándoles la posibilidad a los chicos de
comprometerse por un proyecto de vida. Y me pareció más que interesante empezar
a construir un emprendimiento similar en la ciudad. Por eso, junto con un grupo
de personas, que ya veníamos desarrollando otras actividades de tinte social y
solidario, comenzamos a soñar con el “Ángel
de lata” que luego de muchísimo esfuerzo
pudo concretarse.
-¿Y cuáles eran tus objetivos específicos a la hora de lanzar la revista?, lo interpelo anticipándole que es la última pregunta. Piensa un
rato, respira profundo y luego con notable serenidad, contesta:
- A grandes rasgos, para crear un emprendimiento
editorial que mejore la calidad de vida de aquellos chicos carenciados de
Rosario, que por diversas causas, quedan excluidos del sistema civil. Más allá
del valioso aprendizaje educativo que en esencia guarda el “Ángel de lata”, la
idea central de su nacimiento fue para devolverles a todos los jóvenes
marginados, sus fundamentales derechos que durante décadas les fueron robados. Si
ellos a partir de su pertenencia a este proyecto social logran modificar su
circunstancia, para mí la revista ya es todo un éxito.
“Espero haber agotado tus
inquietudes”, acota Tomás mientras pide la cuenta y se levanta. Ya en la puerta
del bar, se disculpa por su marcada urgencia y, como compensación, me induce a volver
a consultarlo por cualquier posterior duda. Se lo agradezco y de inmediato,
cada uno continúa con su rutina.
. . .
. . .
“El
temor se basa en la incomunicación”, reza una de las frases escritas en la
contratapa de la de la revista como leitmotiv de su existencia. Los fondos se
obtienen mediante la colaboración de los compradores, donaciones, festivales y
actividades benéficas como torneos de fútbol. En las páginas del Ángel de lata no hay publicidad paga.
Sólo se pueden publicar avisos de algunos negocios de amigos o vecinos y solicitadas
sociales.
Precisamente, uno de esos afortunados amigos
de la revista es el destacado artista y escritor de Rosario/12, Adrián Abonizio. Su pluma embellece cada página como colaborador en Redacción, quién en su promisorio
nacimiento no quiso dejar de bendecirlos: “Les deseo, queridos, grandes éxitos.
Que sean ustedes capaces de escuchar. Y ser escuchados. Que digan y escriban
palabras querientes. Y sean queridos. No se tomen en serio nada que no los haga
reír”.
Y los chicos supieron tomar debida nota
de su recomendación. Convirtieron en hechos sus deseos: la ironía y el humor son
marca registrada en las ilustraciones de la revista. La mayoría de ellas bajo
la creación artística de Tomás y Lucas, que desde el 2009 forma parte del equipo de
trabajo del Ángel de lata. Allí,
forjó una de sus grandes amistades: Pablo Benítez, y encontró su mejor salida a la exclusión social.
”Todos estamos muy orgullosos del
progreso del Chinito, como lo apodamos acá. Cuando llegó a la revista vino un
poco obligado por mí. Sólo tenía referencias suyas en el barrio por su talento
para dibujar. Por entonces, Lucas estaba totalmente desencantado con la vida.
Pero con el correr del tiempo, es increíble cómo se fue comprometiendo con su
trabajo, convirtiéndose en un verdadero profesional”, se entusiasmó Pablo, hoy su
colega e íntimo amigo.
Y también Lucas, a su modo, dejó
entrever el mismo mensaje de Benítez con sus palabras: “Acá los chicos son
todos muy buena onda, me tratan muy bien. Y está re bueno esto de sentirse
querido, de poder hablar con alguien que te escuche y aconseje cuando uno lo
necesita. Por eso, después de conocer a esta gente de primera y poder vivir de
lo que más amo en la vida, yo ya no quiero salir a mendigar nunca más”.
. . .
![]() |
La anarquía de la muerte. |
Mate de por medio, primero, bromea sobre
su congénito don: “Mi pasión siempre fue dibujar. Creo que cuando apenas nací
en vez de una mamadera, me dieron un lápiz”. Y a continuación, me hace una
propuesta, ratificando una vez más su evidente desparpajo y carisma: “Si no tenés
que irte ya con tu novio, vas a ser una afortunada en llevarte, hoy mismo, una
ilustración de tu cara del mismísimo Chino Carrizo. No lo desaproveches, sé lo
que te digo”. Dicho y hecho.
Y cuando la tarde comienza a caer, llega el momento más
introspectivo del día. Como si tuviese un fuego ardiendo por dentro, Lucas descarga
su artillería más pesada, que ya no cabía en su garganta: “Porque los ‘negritos
de mierda’-palabras recurrentes en su discurso- , como todos suelen llamarnos
si uno es morocho y se viste con ropa deportiva, también tenemos derecho a
escribir y, principalmente, a soñar”.
Atenta, observo su brillosa mirada. Y mientras escucho su voz y asiento son la cabeza, lo percibo realizado. En paz. Porque para tantos chicos como Lucas Carrizo, los talleres de escritura del Ángel de lata, así como el proceso de distribución de la revista, es un momento de libertad. Una valiosa posibilidad de darle voz a aquellos que piden a gritos contar su historia y verdad.
Ya el sol cayó por completo en el centro de Rosario.
Atrás queda la fantástica tarde de domingo. Ahora el clima nos regala una tenue
brisa. A las ocho de la noche, se respira tranquilidad y plenitud. La misma que
goza Lucas cada mañana, cuando sale orgulloso a vender sus obras de arte.
Levanta la mano, y me grita: “¡chau Naiara, que esto
no se corte, che!”. “Por supuesto que no Chinito”, le respondo y camino hacia
la parada del colectivo, con la convicción de haber aprendido muchísimo ese día. Pero, esencialmente, con la certeza de haber conocido a un ser humano excepcional.