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martes, 10 de noviembre de 2015

NONA

   La última vez que fui a visitarte me olvidé el cargador en la cocina. Había alguna razón indescifrable detrás de ese olvido. "¿Volviste?", me preguntaste con esa sonrisa de abuela que se ilusiona por compartir un rato más con su nieto. "Sí, Nona. Perdoname que te hice levantar de nuevo. Dejé mi cargador del celular en la mesa", te respondí. Era tarde y hacía frío. Quizás por eso agarraste ese incondicional bastón más fuerte que nunca y, en un santiamén, me lo trajiste. "Tené cuidado cuando entres el auto, decile a papá o a Nico que te miren. Y avisame cuando llegues", me repetiste varias veces al oído mientras te abrazaba y daba un beso. Jamás imaginé que sería la última vez. Al destino le encanta agarrarte desprevenido. Más allá de que últimamente me invadía un dejo de tristeza en los silencios de tus rondas de mates o un mal augurio, nunca asumí la posibilidad de despedida. Soltar es una de las acciones más liberadoras, pero difíciles de los seres humanos. 
   La primera vez que me enfrenté con esa posibilidad fue cuando te internaron y estuviste varias semanas en Coronaria. Cómo me hiciste rezar, Jose. Si sabía tu inquebrantable fuerza, lloraba menos. Como una leona volviste a tu querida casa. Contenta, lúcida, más habladora que antes. Y me regalaste tres años más maravillosos: de consejos, risas, algún que otro grito y mucha sabiduría. Tu corazón no era el mismo, era más bien una bomba de tiempo. Pero qué me importaba, con verte se desechaba todo diagnóstico médico. Llegar a los 84 años con tantas ganas de vivir es envidia de cualquiera.
   Hoy el pasado está más caprichoso que nunca: se cuela en mi cotidianidad a cada instante. Como un rayo arremete contra mi respiración. Sos presencia absoluta. Tantas veces lo hablamos, lo soñamos, que me parece mentira vivir aquello que se vislumbraba tan lejano. Me conmueve ir logrando las cosas que te prometí. O presenciar aquellas que imaginamos juntas. La Mica se graduó y está a pocas materias de recibirse. Tu abogada preferida. Estaba tan linda en su graduación, como ese anillo tuyo que lleva puesto a todos lados. No fue casualidad que haya sido el mismo día de tu cumpleaños. El Nico ya es todo un hombre, emociona verlo cuidar a sus hermanas y hacerse cargo de la empresa familiar. Papá te extraña mucho, pero está bien. Junto a mamá te lo cuidamos bastante. En cada gol de Central grita "grande, viejita". Y levanta el mate. Todavía me cuesta ir a la casa del tío. Siento que te voy a encontrar ahí, sentada en el sillón, leyendo las revistas o mirando la tele como siempre. Pero de vez en cuando me animo y voy. Frecuentar tus huellas es doloroso, aunque reconfortante. No sé bien dónde estás, si me escuchás cuando te hablo o escribo. Es mi única manera de conectarme con vos. Y me hace bien. Aunque ya no pueda abrazarte ni contarte mis logros, consultarte mis decisiones o miedos. Aunque te sienta acá, adentro mío, latiendo más fuerte que nunca. Mientras trato de que mis horas valgan la pena en la tierra. Mientras, por momentos, la vida me hace muy feliz. 

lunes, 28 de septiembre de 2015

Libertad

¿La libertad? La libertad es indefinible. La libertad es como una quebrada. Mucho se habla de ella. Mucho se malversa. Demasiado se pernocta en su nombre. Harto se enarbola en nombre de no sé qué libre expresión. La libertad es como un espejo. La libertad es como un higo seco. La libertad es como una libra de azúcar. La libertad es tentadora. La libertad es pródiga. La libertad es llanto. Pero nadie conoce la mía ni el dolor que la misma produce. La libertad es pretérita. La libertad no es libre. La libertad es como una estrella en lo alto de una rama. La libertad es con lo que tropiezas cuando escribes un haiku o, en fin, te acuerdas que los ojos no tienen fronteras y, de repente, te llevan a una muralla de amarantos o al lejano Oriente. La libertad es todo aquello que aún no hemos vivido alrededor de la garganta. La libertad, sin darnos cuenta, es como una dulce tatarabuela que aprendió de la propia ausencia de esa palabra. La libertad es como la boca de una geisha, delicada y turbia, transparente y cierta, callada y alumbrada al mismo tiempo.


miércoles, 2 de septiembre de 2015

Presencias

En las últimas semanas varias veces la encontré mirándome abstraída, sonriente. Con esos silencios que detienen el tiempo y calman. Como si en mí se reconociese, como si en mis acciones, en mi felicidad, se reencontrase. Hoy la que busca, la que se reencuentra soy yo. Por todas sus huellas. Por todas sus marcas. Mientras tomo mates con mi papá, observo sus gestos. Ensimismada, mientras hablo con mi tío, cuando lo escucho y veo caminar, la percibo. También cuando sus hijos rezongan, ella está ahí: luminosa, más presente que nunca. Es un instante eterno, purificador. Un puente que ella me regala y donde renazco con la misma plenitud de sus ojos sobre mí. 

Los abuelos sanan, 
en todas sus dimensiones, 
en todas sus presencias. 


Te llevo conmigo a todas partes, Nona.

domingo, 30 de agosto de 2015

DE QUE NADA SE SABE

La luna ignora que es tranquila y clara 
y ni siquiera sabe que es la luna; 
la arena, que es la arena. No habrá una
cosa que sepa que su forma es rara. 

Las piezas de marfil son tan ajenas 
al abstracto ajedrez como la mano 
que las rige. Quizá el destino humano
de breves dichas y de largas penas 

es instrumento de otro. Lo ignoramos; 
darle nombre de Dios no nos ayuda. 
Vanos también son el temor, la duda 

y la trunca plegaria que iniciamos. 
¿Qué arco habrá arrojado esta saeta 
que soy? ¿Qué cumbre puede ser la meta?


Jorge Luis Borges.

martes, 18 de agosto de 2015

El monstruo

A veces vengo acá dispuesta a escribir sobre la migración, sobre algún presidente, sobre ISIS. Después, suceden cosas. El 10 de junio estaba firmando ejemplares en la presentación de un libro, en Santiago de Chile. Casi al final le tocó el turno a una chica joven. Una melena larga, una cara que apenas pude ver a contraluz. Me dijo, acercándome un ejemplar con timidez, “Yo a usted le debo mucho”. Le pregunté mientras firmaba, casi distraída, “¿Por qué?”. Entonces me contó que estaba muy enferma, que un año atrás, en un pico de la enfermedad, había decidido abandonar la carrera que estudiaba —periodismo—, y que uno de esos días, un día muy malo —porque su enfermedad tiene días buenos y días muy malos—, en el consultorio del médico, desanimada, lacia y blanca como un trozo de vidrio, había tomado una revista del revistero y se había topado con algo que yo había escrito y que eso —eso que yo había escrito— la había sacudido y la había hecho decidir que no importaban la enfermedad ni el dolor: que iba a volver a estudiar. Y que de hecho había vuelto a estudiar y que, desde entonces, se sentía mejor: se sentía viva. “Por eso —dijo— le debo mucho”. Le devolví el libro sin saber qué decir, le deseé suerte. Esa noche me quedé pensando en ella, en esa chica joven y rubia, con sus días buenos y sus días malos, y la tarde siguiente, en una entrevista, me preguntaron: “¿Usted hace periodismo para salvar el mundo?”, y yo dije, como siempre digo, que no, que no lo hago para salvar a nadie sino para tratar de entender la época en que vivimos, y mientras lo decía —tan convincente, tan convencida— me asaltó la imagen de esa chica rubia y joven, y una sustancia abyecta y vil, que salía del fondo de mí misma, me susurró al oído: “Sos un monstruo”.


-Leila Guerriero.

martes, 11 de agosto de 2015

Acordate de olvidarte

Tengo la teoría de que la carcaza de la cabeza tiene un espacio limitado, y que cada vez que memorizás una información, otra información ya antigua se cae, se pierde, se muere. ¿Pero escogemos lo que borramos, o eliminamos al azar? Elegir lo que vamos a olvidar es lo que diferencia a los humanos de los primates y de las cajeras del Carrefour.
Por ejemplo conocés a alguien y te dice: "Hola, me llamo Carlos". Como sabés que durante toda la conversación vas a tener que recordar ese nombre para no quedar como un desubicado, lo memorizás: "carlos, carlos, carlos...". A continuación, con el objeto de dejar espacio y que la cadena de caracteres "carlos" te entre cómoda en el cerebro, das de baja otro recuerdo al azar, por ejemplo la marca del segundo auto que tuvo tu papá. Amiocho, Amioch, Amio, Ami, A... ¡Plop!.
Hasta ahí vamos bien. ¿Pero qué pasa cuando querés memorizar una imagen pesada, un culito inolvidable que va por la calle, por ejemplo? Ocurre que tenés que borrar algo también de mayor valor, más o menos de 100k.
Yo, por ejemplo, cuando veo un culo recordable, elimino automáticamente de la cabeza a dos o tres compañeros de la primaria, que los tengo ahí guardados al pedo. ¡Ojo! No sólo hay que olvidarse los apodos, sino de todo: la cara, la voz, el apellido... (Un apellido español pesa 32bytes; un apellido ruso, 4k.)
Si ayer, miércoles 26, tuviste un día movido y hoy te querés acordar del día enterito, lo mejor es que borres algún pasaje tonto de los años ochenta. Recomiendo eliminar algún día de invierno, que casi nunca pasaba nada. Cuidado, no elijas 1982 o 1986 porque había Mundial, y capaz que te olvidás de algún partido importante.
Otro buen consejo es zipear, sobre todo en la época de estudiante. Cuando sos adolescente, empezás a ver a las primeras chicas en pelotas, tenés alucinaciones interesantes con ácido, tus amigos tienen caras graciosas; es decir: casi todo lo que te pasa está bueno. Por eso cuesta tanto estudiarse de memoria los nombres de los ríos de Argentina. En esas épocas te conviene usar la mnemotecnia.zip o directamente el machete.rar (y después del examen eliminar los archivos enseguida; lo podés hacer a mano o con porro. A mano es más selectivo; con porro te olvidás hasta del Paraná).
Lo que no hay que hacer nunca es eliminar al azar, porque la cabeza es muy hija de puta. Yo antes de ser inteligente borraba a ciegas; un día, para acordarme de memoria el teléfono que una chica me dio en una boîte, eliminé por error la cara de mi vieja. Gestos, color de ojos, tintura, ¡todo! Fue un garrón, porque trasca la chica me había dado un teléfono falso.
Otra cosa muy peligrosa es hacerse el Funes y no borrar nada. Mi amigo el Chiri, en una época, se acordaba de todo. Yo le preguntaba, por ejemplo:
—¿Te acordás esa vez que fuimos a ver un Racing-Cruzeiro al club Belgrano?
—Mil nueve ochenta y ocho —me canchereaba—, final de la Supercopa, uno a cero con gol de Catalán, vos tenías una camisa cuadriyé y desde ahí nos fuimos por la 31 a buscarlo a Talín. 23 grados. Al otro día llovió un rato.
Era admirable su capacidad de compresión, pero por contrapartida le salían muchos granos y se quedó miope. El otro día hablé por teléfono con él y me asegura que ya no se acuerda de nada, que anota todo en un papel que tiene pegado a la heladera. Lo bien que hace.
Hablando de Funes. El otro día con mi amigo el William llegamos a la conclusión de que Borges se sabía tantos libros de memoria no porque fuera inteligente sino porque todos sus recuerdos son .txt (dado que el .jpg y el .avi no son compatibles con la gente ciega).
—¡Así cualquiera! —se quejaba el William.
Cuando nació la Nina presencié el parto. Y para guardar esos milagrosos 17 minutos en alta definición, tuve que eliminar un montón de información, alguna muy útil. Elegí olvidarme del año 1979 entero, y como faltaba espacio tiré también el archivo Capitales_de_Asia.mdb, y una carpeta con los nombres reales de todos los actores del Chavo, que me venían bien para las conversaciones posmodernas. Lo siento mucho, pero una hija vale más que eso.
Pero igual tengo cosas que quiero borrar y no puedo. La noche que se murió mi abuelo Salvador, por ejemplo, fue la única vez que lo vi llorar a mi viejo. A esa madrugada la debo haber guardado como archivo de sólo lectura, o con una contraseña encriptada. Porque me pesan mucho esas imágenes en la clínica, son como tres megas, y sin embargo no me las puedo sacar del marote.


Hernán Casciari
Jueves 27 de mayo, 2004.

lunes, 8 de junio de 2015

Galáctica en mí

Es una fracción de segundos. Un instante en donde todo cambia y nada vuelve a ser lo mismo. En donde el mundo te escupe en la cara que un día cualquiera puede ser la última vez. A veces me gustaría tenerla más clara, entender qué misterio se reserva la vida en las pérdidas absurdas. No lo entiendo, jamás voy a comprender el dolor en almas inocentes. No me convence ninguna explicación redentora.
Ese inevitable deseo de retroceder las horas, calmar las lágrimas y volver a sonreír.
Ese mortificante reproche de no haber estado ahí.
La ilusión de creerte capaz de haber evitado una tragedia es tan dolorosa como la certeza de los hechos irreversibles.
Te voy a extrañar, Galáctica.
Paz para tu ser.

sábado, 11 de abril de 2015

Humano

El ser humano es demasiado complejo 
como para ponerle una sola etiqueta.
Tiene todos los matices
para salvar al mundo 
y destruirlo al mismo tiempo.

jueves, 5 de febrero de 2015

Fábula del pelotudo...

Se cuenta que en una ciudad del interior, un grupo de personas se divertían con el pelotudo del pueblo. Un pobre infeliz de poca inteligencia, que vivía haciendo pequeños mandados y recibiendo limosnas. Diariamente, algunos hombres llamaban al pelotudo al bar donde se reunían y le ofrecían escoger entre dos monedas: una de tamaño grande de 50 centavos y otra de menor tamaño, pero de 1 peso. Él siempre agarraba la más grande y menos valiosa, lo que era motivo de risas para todos. 
Un día, alguien que observaba al grupo divertirse con el inocente hombre, lo llamó aparte y le preguntó si todavía no había percibido que la moneda de mayor tamaño valía menos y éste le respondió:
- Lo sé, no soy tan pelotudo..., vale la mitad, pero el día que escoja la otra, el jueguito se acaba y no voy a ganar más mi moneda.
Esta historia podría concluir aquí, como un simple chiste, pero se pueden sacar varias conclusiones:
La primera: Quien parece pelotudo, no siempre lo es.
La segunda: ¿Cuáles eran los verdaderos pelotudos de la historia?
La tercera: Una ambición desmedida puede acabar cortando tu fuente de ingresos
La cuarta: (pero la conclusión más interesante)
Podemos estar bien, aun cuando los otros no tengan una buena opinión sobre nosotros. Por lo tanto, lo que importa no es lo que piensan los demás de nosotros, sino lo que uno piensa de sí mismo.

MORALEJA:
"El verdadero hombre inteligente es el que aparenta ser pelotudo delante de un pelotudo que aparenta ser inteligente".

El mísmisimo canalla Negro Fontanarrosa.