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domingo, 22 de diciembre de 2013

Pienso


Pienso en lo pobres, en lo inútiles que podemos llegar a ser si seguimos a la masa. A los estereotipos, a la moda del momento. A la misma que en un instante desecha personas y agranda complejos. Que multiplica enfermedades y roba autenticidad.

Pienso que mejor sería tener una personalidad. Un sueño por el cual luchar. Una vida que le pertenezca a alguien y no a la mayoría. Que te pertenezca a vos. Nada más ni nada menos.

Pienso que todos deberíamos tener un amor correspondido. Todos. Al menos una vez. Ese amor en donde la locura tiene sentido, razón. Paradójicamente. En donde una sola caricia puede secar todo un mar de lágrimas. En donde la libertad más que tener, se siente. Porque no hay nadie que pueda tenerla sin sentirla: ser libre de nuestros fantasmas, de nuestras inseguridades, de nuestros miedos, de nuestras inconscientes ataduras. Y en donde un solo beso te recuerda a Woody Allen: “Sí, el amor es la respuesta a todo”. 

Por eso, pienso que deberíamos amar más. Cavilar menos y sentir más. Que deberíamos mirar menos a ese exterior viciado y enfermo. Que no hay nada más hedónico que cerrar los ojos frente a ese silencio que lo calma y cura todo. Que, como sea y a donde sea, se debe viajar más: conocer otras realidades. Otras historias, culturas, miradas. Siempre.

Pienso fervientemente que ningún prejuicio debe teñir nuestras retinas. Es tan lindo mirar a través de un arcoíris inundado de colores, donde las personas se definen por su esencia y no por sus pertenencias o aspecto físico.

Pienso que deberíamos hablar lo justo y necesario, ahorraríamos muchos sufrimientos ajenos. Si supiésemos el valor y el poder inmenso que posee cada palabra, la utilizaríamos más para curar que para herir.

Pienso, mientras me acuerdo sonriente de ese profesor que marcó mi vida académica para siempre, que se debe leer más. Mucho más y el libro que sea. El que te dé más placer, en el lugar más insólito y en los momentos más inesperados. Hay que conocer nuevos autores, nuevas ideas. Permanentemente.  Fijate , probá: cambiá al menos una hora de tu vida televisiva por otra de lectura y después decime los resultados.  
Es inconmensurable describir lo mejor que podemos llegar a ser después de leer una buena prosa. Un buen texto. No conocí a nadie que no se haya enriquecido y engrandecido luego de ello. Que no se haya hecho más bello, más interesante.

Pienso que deberíamos arriesgar más, apostar más a los días surrealistas. A aquellos que rompen de lleno con la monotonía de la rutina. Seríamos tan felices, ni conoceríamos el estrés. O quizás lo saludaríamos desde lejos. No se imaginan lo terapéutico que puede llegar a ser salir a caminar a veces sin rumbo ni horarios.

Pienso que una buena poción de delirio es necesaria si es bien canalizada. Que hay que alargar infinitamente nuestra lista de fantasías -de todo calibre- satisfechas. Que de vez en cuando una experiencia exótica nutre el alma, lo purifica. Pobres aquellos que hacen siempre lo mismo y reprimen sus pulsiones. Es tan dañino no escuchar a esas maravillosas pulsiones descriptas magistralmente por el maestro Sigmund Freud.

Pienso que todos tenemos la posibilidad de ser felices a menudo, sin embargo nos olvidamos de ello. O nos lo hacen olvidar esas falsas necesidades que la industria capitalista nos impone y hace seguir.

Pienso que depende de uno. De nuestra construcción interna. De encontrarse, de hallar ese escurridizo y bendito equilibrio vital. Aquel que descansa en la tranquilidad de la montaña, en el azul del mar, en el brillo de la Luna o en la pureza de los ojos de mi perra, que mientras escribo me observa atenta. Todo ese equilibrio se refleja en el amor puro de mi perra.

De seguro, la tarea no será nada fácil, más bien literalmente ardua. Pero ¿tiene el mismo sabor un logro sacrificado que otro regalado? Nunca. Si es el recorrido el que vale la pena. El trayecto compartido. La carretera es la llegada, lo más valioso. Qué importa la meta alcanzada si no hay camino previo, si no hay tropiezos, si no hay pies en el barro. Si no hay risas y llantos.

Es que sería muy triste que nuestros ojos se cerraran definitivamente sin haber conocido esa magia, esa verdadera savia de la vida. Esa necesaria sal. Y encima por distracciones irreversibles, voluntarias. Más bien, mortales.

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