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martes, 5 de mayo de 2009

A veces

A veces nos pasa que nos cansamos de determinadas cosas. De ocasionales personas. De concretas situaciones. De aquello que en algún momento nos dio felicidad. Nos hartamos de nuestra vida. No es aquella que anhelamos. Miramos como sería de otra forma. De la manera que no nos atrevemos a vivir por una estéril cobardía. Y perdemos la conciencia tratando de modificar algo. Algún giro sorpresivo que ilumine el camino, aquel que venimos sosteniendo a duras penas. El que transitamos al mejor estilo equilibrista.

Queremos hacer un viaje. Empezar alguna extraña actividad. Lo que sea para reconfortar la situación.
Pero, ¿no es mejor ceder el paso a lo que tú interior realmente quiere? Jugársela, aunque sea por primera y última vez, por lo que dicta la voz del inconsciente. Poner las acciones a su nombre para así poder encontrar el verdadero sentido de cada día.

A veces me observo realizando cosas inesperadas. Insólitas. Aquellas incrédulas de causar tanta felicidad. Y sólo dejo actuar a mi impulso. Aquel acto que vira para siempre el rumbo caminado. Son aquellas pequeñas cosas las que le dan razón a nuestra existencia, dice el refrán. El gran problema de todo el mundo. Pienso: ¿Cuál es mi misión? Nacemos y sabemos de pronto por el entorno, más o menos, que tenemos que ir haciendo con los años. A tal edad el jardín, la escuela, la facultad, después el matrimonio (si tenemos suerte) y, por último, los hijos. Pero nunca nadie nos enseño a tener en cuenta nuestros sueños. Nuestra felicidad.

Como robots seguimos la inercia de toda la masa, de aquello que todo el mundo hace. Lo “correcto". ¿Pero quién definió qué es lo correcto? ¿Y para quién? Para mí puede ser una cosa y para el otro algo totalmente diferente. Todo dentro de parámetros coherentes. Pero el tema es que nos olvidamos de vivir. La vida es placer. Si uno no tiene placer para vivir, si no disfrutás de este preciso instante, la verdad que todo es vano. Porqué mejor no escuchar aquel niño que fuiste algún día. Al que le encantaba soñar. Vivir jugando. Y que por muchas razones fuiste callando, ocultando. Escucha su voz. Lo que piensa. Lo que verdaderamente quiere. Te aseguro, todos lo tenemos. Ahora sí, son muy pocos los que siguen sus consejos sin tener en cuenta los prejuicios de la muchedumbre. Y más, los propios. Son aquellos pocos los que logran ser felices. Los locos son los únicos que encuentran esa inexplicable magia de la vida.

¿De qué se trata vivir? ¿De la rutina diaria? De hacer lo POLÍTICAMENTE CORRECTO. De saber que uno se levanta temprano o tarde, da igual. A tal hora el desayuno. Luego el trabajo o facultad.
Y si te queda tiempo, sólo si es posible -que ya es un milagro-, recordás que tenías una vida, que mirabas pasar sentado. Que tenías algo muy importante que decirle a una persona y que nunca te animaste por una improductiva cortedad. Que tenías amigas que no valoraste a tiempo. Que fuiste perdiendo aquello que te hacía ser tú mismo. Tarde, siempre tarde. Dejándo el hoy para el mañana.
La rutina, parte obligada de la cotidianidad, se aleja en demasía de la felicidad. El regocijo es otra cosa. Tiene otro nombre. Otro color. Otro aroma. Mi bienestar son mis amigos. Mi familia. Es estar en mi casa o en Hawai con la persona que elijo regalarle todas mis horas. Pero no podemos ser la excepción de la regla. Primero hay que sufrir, para luego alcanzar algo, si queda, de felicidad. Uno relega las cosas más importantes y que son todo en nuestra vida. Espero aprender de los errores. Y que no sea demasiado tarde. Sólo ansío no malgastar más las horas, los días y la vida. Al igual que vos.

"Delante de mí había dos caminos. Elegí el más difícil y así todo fue direfente".

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