Vistas de página en total

sábado, 18 de mayo de 2013

Renacer


Pasaron 2 años y 361 días. De ese 23 de mayo de 2010 sólo recuerdo la mirada perdida y el dolor encarnizado de miles de personas. La bronca masticada hasta el hartazgo. El llanto lacerante y el grito desesperado en busca de respuestas inexistentes. El desconsuelo absoluto. El domingo más doloroso que un Canalla rememore.

Comenzaba lo peor: un martirio extendido durante los últimos tres años. Pero ¿la hinchada abandonó, alguna vez dejó de ir a verte? No, nunca. Nada importó más que ir igual cada fin de semana a la cancha a alentarte. Fue más fuerte el amor incondicional hacia vos que el intenso odio que sentíamos hacia esos personajes detestables, que te llevaron a una inmerecida debacle deportiva. 

Jamás voy a olvidar ese Gigante repleto en tu primera presentación en la B Nacional frente a San Martín de San Juan. Veníamos de descender. Sí, descender. Y tu gente te esperaba con una fiesta como siempre, para no perder esa hermosa y loca costumbre. Qué importaba si teníamos que estar juntos para salir del pozo. ¿Ves por qué somos tan distintos?

Después vinieron campañas desastrosas: jugadores que nunca sintieron la camiseta, técnicos incapaces y dirigentes corruptos. Lo que conocemos todos. Para qué ahondar: con sólo nombrar a Mostaza Merlo, Pablo Scarabino y Horacio Usandizaga basta. 

Pero en ese zigzagueante andar también aparecieron algunos resquicios de esperanza de la mano de alguien de la casa. ¿Quién no se ilusionó con ese tipazo que es Antonio Pizzi? No era para menos: necesitábamos un respiro después de tanta asfixia. Y no nos confundimos. Juan hizo una campaña excepcional, dio todo y sufrió esa nueva decepción como cada uno de nosotros. No tengo dudas. Sé que todavía busca respuestas a ese inesperado final. Él no tiene la culpa, tampoco los jugadores. Cosas del fútbol según mi abuelo, aunque a nadie en esa circunstancia y ahora le importe demasiado. 

Y un buen día llegó Miguel Ángel Russo. Resistido por algunos e indiferente para otros. Sólo pocos se alegraron con su llegada. Es que no era momento para sonrisas. Aunque como sea se debía continuar. Los primeros indicios fueron pésimos. Agigantaron la bronca y el repudio. Costó enderezar el barco. Sus bases estaban destruidas. Pero él más que nadie conocía sus entrañas. Sabía que apenas el león creyera en sí mismo, nadie más podría detenerlo. Estaba seguro que desde sus raíces iba a renacer. Y no se equivocó, para sorpresa de propios y extraños.

Hoy todo lo vivido parece mentira. Como si hubiese pasado una eternidad. Una película en cada una de nuestras mentes. Un terremoto en cada una de nuestras almas. El año pasado fue aterrador: estar tan cerca y después perderlo todo en un instante fue desgarrador. Por eso el miedo de revivir las mismas secuencias sobrevoló a lo largo de todo el torneo. Queríamos tocar el ascenso con nuestras propias manos para creerlo.

Y por fin la tortura se terminó. El alma me explota. La felicidad es inmensa. Imposible describirla. Central vuelve al lugar que le corresponde por su naturaleza: Primera División. Así lo dicta su historia. Sólo debe persistir el nefasto recuerdo de la B para gritar bien fuerte "nunca más". Para "nunca más" llegar a ese límite futbolístico e institucional tan lamentable.

Qué le van a hablar de amor al Canalla si resurgió de sus propias cenizas como el Ave Fénix. Si se hizo fuerte en las peores adversidades cual gladiador romano. Si necesito golpearse el pecho, una y mil veces, para ratificar su grandeza. Para confirmar su espíritu estoico. A él no le vayas a hablar de amor. No, no. De él aprendé a AMAR. A saber que peor que descender es haberte quedado rendido y jamás levantado. A conocer que no hay guerrero sin heridas. Y que nada se disfruta más en esta vida que aquellas satisfacciones forjadas desde el más profundo sufrimiento y sacrificio. 

Locura dirán algunos. Yo les contesto que es AMOR. Amor eterno e ilimitado hacia Central, que sólo un Canalla puede entender. Si tenés los ojos llenos de lágrimas, sécate  Ahora, somos dos. Y disfrutá este logro. Si nos lo merecemos. No por celebrar el retorno a Primera en sí mismo. Claro que no. No estamos para chicanas de los vecinos. No nos interesa. Sino por festejar nuestra lucha permanente. Por caminar codo a codo estos tres años difíciles. Por las tristezas y alegrías. Por haber estado siempre, principalmente en los momentos más duros. Por haber gritado juntos y abrazados ese gol agónico del Pachi Carrizo con olor ascenso ante Crucero del Norte. Por el amor compartido hacia estos sagrados colores, que es inenarrable. Y porque los sentimientos jamás descienden. ¿Cómo no vamos a estar felices?