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sábado, 30 de octubre de 2010

Eduardo Galeano

EL SISTEMA

Los funcionarios, no funcionan.
Los políticos hablan, pero no dicen.
Los votantes votan, pero no eligen.
Los medios de información desinforman.
Los centros de enseñanza, enseñan a ignorar.
Los jueces, condenan a las víctimas.
Los militares están en guerra contra sus compatriotas.
Los policías no combaten los crímenes, porque están ocupados en cometerlos.
Las bancarrotas se socializan, las ganancias se privatizan.
Es más libre el dinero que la gente.
La gente, está al servicio de las cosas.

LOS NADIES

Sueñan las pulgas con comprarse un perro y sueñan los nadies con salir de pobres, que algun mágico día llueva de pronto la buena suerte, que llueva a cántaros la buena suerte; pero la buena suerte no llueve ayer, ni hoy, ni
mañana, ni nunca, ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se
levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba.
Los nadies: los hijos de nadie, los dueños de nada.
Los nadies: los ningunos, los ninguneados, corriendo la liebre, muriendo la
vida, jodidos, re jodidos.
Que no son, aunque sean.
Que no hablan idiomas, sino dialectos.
Que no profesan religiones, sino supersticiones.
Que no hacen arte, sino artesanía.
Que no practican cultura, sino folklore.
Que no son seres humanos, sino recursos humanos.
Que no tienen cara, sino brazos.
Que no tienen nombre, sino número.
Que no figuran en la historia universal, sino en la crónica roja de la
prensa local.
Los nadies, que cuestan menos que la bala que los mata

VENTANA SOBRE UNA MUJER

Esa mujer es una casa secreta. Es una fortaleza.
En sus rincones, guarda voces y esconde fantasmas.
En las noches de invierno, humea.
Quién en ella entra, dicen, nunca más sale.
Yo atravieso el hondo foso que la rodea.
En esa casa seré habitado.
En ella espera el vino que me beberá.
Muy suavemente golpeo a la puerta, y espero.


"No consigo dormir. Tengo una mujer atravesada entre los párpados. Si pudiera, le diría que se vaya; pero tengo una mujer atravesada en la garganta".

"Hay quienes creen que el destino descansa en las rodillas de los dioses, pero la verdad es que trabaja, como un desafío candente, sobre las conciencias de los hombres."

sábado, 10 de julio de 2010

Imaginen a los dinosaurios en la cama


Una escena de la vida cotidiana antes de entrar de lleno en el asunto:
Estamos en un restorán frente a Parque Lezama, uno en el que los mozos conocen nuestros nombres y devenires de tanto sentarnos a sus mesas de manteles blancos. Somos dos parejas y mi hija mayor. Es su cumpleaños y aunque vivimos lejos de esa cuadra de Buenos Aires ella quiso festejarlo ahí, tal vez en honor de los ya lejanos tiempos en que se dormía sobre dos sillas en ese mismo lugar. Era el festejo familiar, después se iría con sus amigos. El lugar estaba atestado de gente, ruido de cubiertos y voceo de comandas, conversaciones cruzadas de las que a veces se distinguen algunas palabras o carcajadas sueltas. En medio de esa agitación, no recuerdo cómo, desde otra mesa empezaron a molestarnos. Nos hicimos las osas frente a la provocación, la obscena mención a las tetas de alguna de las cinco mujeres que compartíamos el festejo y hasta obviamos una mano boba que rozó mi hombro cuando uno de los cuatro tipos que nos tenían en la mira pasó a nuestro lado rumbo al baño.

Pero el hartazgo empezaba a espesarse como el caldo de un puchero a fuego lento y alcanzó punto de hervor cuando con gesto baboso y mirada lasciva uno de los tipos le dijo a mi hija que se fuera con él y dejara a esas “lesbianas de mierda”. “No lo aguanto más”, dijo ella y por ella yo me paré, fui hasta la mesa de los chongos, tomé una copa y lo bañé con vino tinto. La copa se rompió por su manoteo y un súbito silencio cayó como un telón sobre la escena. Esa vez, los tipos fueron expulsados del lugar.

La vida cotidiana trae en su envoltura de rutinas, placeres y sinsabores muchos episodios como éstos. Podría contar también de esa señora que después de trabajar una semana en casa fue a su templo el domingo y volvió el lunes con su renuncia porque no quería arder en el infierno como arderíamos nosotras. En general, esos episodios sólo alimentan mi ánimo guerrero, sobre todo porque nunca han comprometido afectos, que es lo único que verdaderamente duele. Es más, si me preguntan rápido si he sufrido discriminación contesto que no, tardan en titilar en mi memoria estos relámpagos de violencia aun cuando me muerdo los labios de bronca cuando me descuentan de mi sueldo el impuesto a las ganancias porque a pesar de tener familia ésta es invisible para la ley. O cuando en oficinas de Migraciones, por ejemplo, intentan separarme de mi mujer y de mi hijo, que pasan por la ventanilla prioritaria para bebés y embarazadas, y me tratan como si me estuviera colando cuando las familias heterosexuales pasan en grupo lo más campantes. Siempre tengo la protesta lista, la voz fuerte, la seguridad de que tenemos derecho, de ser la madre de mi hijo y me alegro de haber elegido a mi esposa para que sea la madre de mi hijo.

Sin embargo, tengo que admitirlo, un coágulo de angustia se instaló en mi garganta en el último tiempo. Está empezando a darme miedo lo que habilita la discusión sobre la ampliación de la figura del matrimonio desde que se instaló en el Senado. Me dan miedo las amenazas explícitas como la que publicó en su editorial del sábado 19 de junio el diario La Nación en la que se habla de la “ansiedad, inseguridad, miedo” que pueden sentir nuestros hijos e hijas por los motes burlones que les pueden dar en la escuela, por “tener que admitir la homosexualidad de sus padres”. Es decir, nos están advirtiendo que como “ellos” existen y no toleran nuestras opciones, si las hacemos de todos modos van a burlarse de nuestros hijos e hijas, les van a generar “ansiedad, inseguridad, miedo”.

Me da un escozor parecido al pánico saber que las Iglesias están sacando a la calle a los alumnos y alumnas de sus colegios privados para que se manifiesten en contra del matrimonio ampliado y que el estado de San Juan las ampara “justificando” las faltas del alumnado a la escuela. Me da bronca y también miedo que quede habilitada la palabra de supuestos profesionales que a contramano de la Organización Mundial de la Salud –para ponerlo en términos institucionales– siguen hablando de que la “homosexualidad” es una enfermedad, un desviación y que hay ¡cura! para esos males que no son otra cosa que expresión de la diversidad humana. Me eriza los pelos de la nuca escuchar –como dijo la ilustre Chiche Duhalde– que nuestras parejas no duran más de tres años, que tener un hijo gay es “un problema personal”.

No es momento de tener miedo. Pero lo tengo. Y hace mucho que aprendí que la mejor manera de enfrentar al miedo era nombrándolo. Nosotros y nosotras, quienes ya formamos familias, vivimos en pareja, festejamos nuestras uniones y nuestros amores y desamores besándonos en la calle, discutiendo cuando es necesario, llevando a los niños al cine y a tomar helados, explicando con paciencia que somos dos madres y no la madre y la tía y que somos pareja y no hermanas; nosotros y nosotras hemos expuesto a nuestras familias con orgullo por quienes somos y con orgullo militante. Porque es un momento histórico, porque la visibilidad es necesaria, porque tenemos derecho pero todavía no tenemos derechos.

Pero también es cierto que empieza a hartarme tener que dar pruebas de amor verdadero. Como si los heterosexuales se casaran sólo por amor. Me agota hasta el infinito que se esté analizando nuestro nivel de normalidad, como si la normalidad tuviera algún valor. ¿Qué es lo normal? ¿Comer asados los domingos, ir a trabajar de lunes a viernes, vestir polleras si sos mujer, coger en la posición del misionero? ¿Es normal tener cuarenta y pico y querer tener un cuerpo de veinte? ¿Es normal vestir sotana y asustar a los niños con el infierno? ¿Y a mí qué me importa? En este país también fue normal que la gente desapareciera, que yo todavía no pueda enterrar a mi madre, que los crímenes aberrantes se juzguen más de treinta años después, que los curas bajaran a la catacumbas de los campos de concentración a bendecir a los torturados. Todo eso era normal. Pero no quiero caer en el golpe bajo aunque sea tan tentador que ya me estoy levantando de esa caída. Lo cierto es que la normalidad tiene valor cero, sobre todo porque la normalidad es como el agua, fluye y se adapta a la forma que la contiene. ¿O acaso no fue normal quemar judíos en las hogueras de la inquisición? Perdón, me caí de nuevo.

Cuando me enamoré de quien ahora arbitrariamente llamo mi esposa, cuando el amor arrasó con todo lo que creíamos ya establecido –como nuestras moradas individuales, por ejemplo– y quisimos festejarlo y unirnos legalmente, fuimos al registro civil y nos notificamos de que para pedir la Unión Civil debíamos dar prueba de dos años de convivencia cumplida. Por supuesto encontramos testigos y testigas dispuestas a mentir, pero no dejó de ser una espina eso de tener que dar pruebas de nuestro amor antes de buscar el amparo legal. ¿Por qué? ¿A cuento de qué? ¿Acaso los heterosexuales no pueden casarse al mes de conocerse si quieren? Ahora, por caso, nos piden pruebas de que nuestros hijos e hijas van a ser criados en la santa heterosexualidad, que no los vamos a manchar con nuestras dramáticas opciones sexuales. Ajá. ¿Y por qué? ¿Quién dijo que es mejor ser hétero que gay o lesbiana o travesti? Lo dicen los que están dispuestos a hacernos la vida imposible si no somos como ellos. Los que pueden llegar a autorizarnos una “unión concubinaria” pero nos esterilizarían si pudieran, olvidando que la gran mayoría de nosotros y nosotras tuvimos madres y padres hétero.

Escribo mientras mi hijo menor grita gol y patea una pelota para dejarla justo bajo mi pie. Se la devuelvo. Hijo de lesbianas y futbolero. ¿Será porque somos machonas que le gusta el fútbol? ¿O será porque su tío Luis le regaló la pelota del Manchester antes de que supiera caminar? La familia, mis nada estimados dinosaurios, no es sólo la pareja que cría; también son esos vínculos que llenan de afecto la vida cotidiana, que tiñen con su impronta personal los deseos que se van formando, la imaginación, el porvenir. Son esos vínculos que amortiguan el impacto de las bestialidades que tenemos que ver y escuchar por estos días, son los y las que nos van a acompañar el lunes para defender no el derecho de nuestras familias a existir –ese ya lo tenemos, lo tomamos por asalto– sino el reconocimiento legal de nuestra familias.

Yo puedo tener miedo, señores y señoras dinosaurios. Pero ustedes tienen mucho más: saben que el cauce de vuestra normalidad ha sido desbordado hace rato. Y a este fértil desmadre no hay ley que lo contenga.

(Apoyo a la modificación del matrimonio para las parejas de igual sexo)
Marta Dillon
Página 12 - Domingo, 27 de junio de 2010

sábado, 8 de mayo de 2010

Poema a los amigos, de Jorge Luis Borges

No puedo darte soluciones para todos los problemas de la vida, ni tengo respuestas para tus dudas o temores, pero puedo escucharte y compartirlo contigo. No puedo cambiar tu pasado ni tu futuro. Pero cuando me necesites estaré junto a ti. No puedo evitar que tropieces. Solamente puedo ofrecerte mi mano para que te sujetes y no caigas. Tus alegrías, tus triunfos y tus éxitos no son míos. Pero disfruto sinceramente cuando te veo feliz. No juzgo las decisiones que tomas en la vida. Me limito a apoyarte, a estimularte y a ayudarte si me lo pides. No puedo trazarte límites dentro de los cuales debes actuar, pero sí te ofrezco el espacio necesario para crecer. No puedo evitar tus sufrimientos cuando alguna pena te parta el corazón, pero puedo llorar contigo y recoger los pedazos para armarlo de nuevo.
No puedo decirte quién eres ni quién deberías ser. Solamente puedo quererte como eres y ser tu amigo. En estos días pensé en mis amigos y amigas, entre ellos, apareciste tú. No estabas arriba, ni abajo ni en el medio. No encabezabas ni concluías la lista. No eras el número uno ni el número final. Y tampoco tengo la pretensión de ser el primero, el segundo o el tercero de tu lista. Basta que me quieras como amigo.

jueves, 1 de abril de 2010

Pequeño homenaje a un gran maestro: Orson Welles


"Muchas personas están demasiado educadas para hablar con la boca llena, pero no les preocupa hacerlo con la cabeza hueca".

"Lo peor es cuando has terminado un capítulo y la máquina de escribir no aplaude".

"La falsedad es tan antigua como el árbol del edén".

"Me case para vivir juntos, pero ninguno se lo tomó muy en serio".

"¡Odio la televisión! ¡La odio tanto como los cacahuates! Pero no puedo dejar de comer cacahuates".

"El hombre es un animal racional que siempre pierde su temperamento cuando ha de actuar de acuerdo con los dictados de la razón"
.



(Orson Welles)

viernes, 5 de marzo de 2010

Recuerdos

Hoy la lluvia trae esa época dorada,
exenta de problemas y sufrimientos.
Su viento remueve los recuerdos;

sopla destellos nostálgicos.

Hoy siento esa mirada, 

esa candidez dulce,
los ojos de aquella niña
que jugaba a ser feliz sin darse cuenta.

Y en ese sitio me añoro con un sentido en la vida;
esa inocente reía sin importar la circunstancia,
esa niña bailaba con las manos arriba.

Quizá en el horizonte hayan quedado mis sueños,
quizá recuerde el camino hacia ellos.
Quizá en los amaneceres encuentre al amor verdadero.

Mientras tanto, 
me refugio en la magia de mis días, 
en las reminiscencias de aquella primavera
que ansío con premura. 
En las reliquias de la rutina 
que acrecientan mi bravura.

"... Sólo el tiempo sabe cuándo volverá a llover café en el mar..."

jueves, 28 de enero de 2010

Primer amor


"(...)No recuerdo con precisión la primera mirada, ni detalles del primer encuentro. Sólo una misteriosa sensación, una agradable intuición de estar con el artífice de mis más tiernos y espléndidos soles. ¿Hay alguna explicación para con un sentimiento que no entiende de circunstancias? ¿Cómo dimensionar la ramificación, en tan escaso tiempo, de una pasión por momentos obsesiva? Difícil detener una corriente que desborda de hambre. Es como calmar la brisa que se apodera de mi alma.
Quisiera despertar y asegurar que todo fue una fantasía. U
na dulce ironía. Comprender que la vida sigue latiendo sin su existencia. Pero es en vano: cada mañana ratifico que el amor tiene sus ojos, sus manos y su aroma. Se manifiesta en su máxima expresión cuando el alba me trae su efigie. Y me siento como un pájaro sin el impulso de volar. Quizá seamos libélulas detrás de un sueño. Pero hay quiénes saben que sólo nos movemos por amor. Sentada en la arena, con la mirada perdida en la templanza del mar, aún hoy lo añoro(...)"

"Recuerdos" (7 de Enero de 2001)